miércoles, 30 de abril de 2014

Marea negra

(Sobre Herejía, de David Lozano, presentada por Domingo Buesa y Humberto Vadillo en el Museo Diocesano de Zaragoza el 13 de noviembre de 2013)


No recuerdo cómo ni cuándo conocí a David Lozano, sin embargo todavía me veo bajando con él por el bulevar de Fernando el Católico. Era una tarde de finales de primavera, a mediados de los 90. Ya se avecinaban los exámenes de junio y los altos plátanos del paseo proyectaban su sombra gris sobre el pavimento. Venía con nosotros Víctor Solano y recuerdo que paramos en un colmado hoy desaparecido, junto al Bingo Gran Vía, donde despachaban todo tipo de palmeras y bollos. Por aquel entonces todavía no salía con Marta Oliván, mi mujer, quien casualmente resultó ser amiga de David y de Víctor.

Antes o después de aquella tarde Lozano me prestó su primera novela. Se trataba de un libro de tapas duras color burdeos. En la portada tan sólo unas letras impresas en dorado: Marea negra, David Lozano Garbala. La siguiente imagen que viene a mi memoria es la mía propia  leyendo Marea negra en la consulta de mi abuelo: una habitación atestada de muebles antiguos y utensilios médicos. Era ya verano y el calor me hacía sudar mientras pasaba las páginas de la novela, ambientada en Guinea Ecuatorial. 

Tal vez lo que acabo de contar no sucediera según lo recuerdo, porque como escribe Daniel Gascón en su última obra, Entresuelo: todos nuestros recuerdos son inventados. Lo que sí sucedió años más tarde fue que Mira Editores publicó Marea negra bajo el título de La senda del ébano. Después vendría Donde surgen las sombras, galardonada con el premio Gran Angular y de la cual se han vendido 122.000 ejemplares. A continuación la trilogía La puerta oscura, que próximamente será llevada al cine por Andrés Vicente Gómez. Todo esta trayectoria ha convertido a David Lozano en exitoso autor de novela juvenil leído en multitud de colegios.  

La presentación de Herejía tuvo lugar en el Museo Diocesano, antaño Palacio Arzobispal. Según cuentan los cronistas, Fernando el Católico solía alojarse allí cuando visitaba Zaragoza. Durante las estancias reales, el tribunal inquisitorial, cuya sede habitual era La Aljafería, se trasladaba en ocasiones al Palacio Arzobispal, con el fin de realzar al poder del rey -hecho que nos narra el catedrático Domingo Buesa.

Podría afirmarse que Herejía es una novela de capa y espada en la cual el noble aragonés Luis de Ortuña, trata de salvar a su padre de las garras de la Inquisición, a través de una serie de tretas, escaramuzas y lances amorosos. La novela cuenta con el aliciente de recorrer los lugares de la Zaragoza bajomedieval, sobre la que el autor se ha documentado de maravilla gracias –reconoce– a una vecina historiadora, con la cual sin embargo tuvo alguna discrepancia. Por ejemplo: un personaje mira a través del cristal de la ventana, y su documentadora le informa que en la Edad Media las ventanas carecían de cristales. 

Anécdotas aparte, Herejía revela la maestría alcanzada por David Lozano en el género de la novela juvenil. El autor maneja con soltura las tramas novelescas, dosificando la información y avanzando el relato sin apenas respiro en las peripecias de los personajes. Respecto de éstos habrá quién achaque al autor un cierto maniqueísmo de buenos y malos. La explicación, a mi modo de ver, debe buscarse en el género de la novela juvenil: conviene, sin duda, enseñar a nuestros jóvenes a discernir entre el bien y el mal.

Herejía introduce también la figura del familiar de la Inquisición. Según explica el autor los familiares de la Inquisición eran un órgano compuesto por seglares. Su función era básicamente la delación de posibles herejes. Para ello gozaban del privilegio de no poder ser acusados por aquellos a quienes imputaban delitos. También podían llevar armas, y hasta se beneficiaban económicamente de su labor. Ser familiar del Santo Oficio era, en definitiva, un honor, ya que suponía un reconocimiento público de limpieza de sangre, y al mismo tiempo era un modo subrepticio de ejercer el poder. ¿Cuántas veces ocurriría que un familiar acusara en falso a un vecino sólo para perjudicarle? Lo más temible de todos los regímenes totalitarios –y el de Fernando el Católico lo fue– no son los sátrapas que los dirigen, ni tampoco sus acólitos en el poder, sino más bien aquellas capas anónimas de la sociedad que los sustentan y reciben a cambio pequeñas prebendas. Esta reflexión me trae a la memoria la magnífica película El crisol, basada en la obra teatral de Arthur Miller, Las brujas de Salem, que recomiendo encarecidamente a todos los lectores de este blog.

¿Qué más puedo escribir sobre Herejía, aparte de recomendar su lectura a todos los jóvenes? Debería de mostrar alguna discrepancia, tal vez, para no resultar empalagoso en mis alabanzas. Puesto a ello diré que, a mi modo de ver, la retórica de David Lozano lo emparenta en exceso con Dumas, cuando yo preferiría que siguiera a Stevenson... Pero esta crítica se la explicaré al propio autor mientras tomamos sendos güisquis en una boda que ambos compartiremos próximamente. 

¡Cuánto tiempo ha pasado desde aquella lejana tarde primaveral en que caminábamos bajo los plátanos de Fernando el Católico! 



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