lunes, 9 de diciembre de 2013

Zaragoza, comedia humana

(Sobre Pálido monstruo, de Juan Bolea, editada por Espasa)



Todavía recuerdo cuando, hará un año, hojeé Pálido monstruo en la FNAC de Plaza de España. Abrí el libro por la primera página y una de sus primeras frases llamó mi atención. Decía así: Fidel María Paternoy, el abogado penalista que treinta años atrás había sido alcalde de Zaragoza, vio a Ramiro, el ciego de El Tubo, y se dirigió hacia él para comprarle un cupón (…)

Palido monstruo cuenta la historia de un crimen, el de la abogada Eloisa Ángel, autentica femme fatale que forma un triángulo amoroso con el periodista Luis Murillo y con el también abogado David Sánchez, en el marco de las elecciones locales de 2011. 

¿Qué hacía ahí esa oración subordinada: que (...) había sido alcalde de Zaragoza, en medio de una frase principal que contenía una información más vanal? Ya no volvería a abrir el libro hasta un año más tarde, cuando Félix González, de Los Portadores de Sueños, la puso finalmente en mis manos. Había concluido la presentación de La mala luz, de Carlos Castán –curiosamente, otra novela ambientada en Zaragoza– y cumplí con el ritual de dirigirse al bar Circo a tomar el consabido pincho de tortilla, mientras la bolsa rojinegra de la librería descansaba sobre la barra de zinc reluciente.




Que treinta años atrás había sido alcalde de Zaragoza… Al fin, hace tres madrugadas, volví a leer la frase. Había entresacado el libro de mi estantería, con ganas de leer por primera vez a Juan Bolea, y comprobé que la susodicha subordinada formaba parte de un procedimiento narrativo que había de repetirse a lo largo de la obra.  Porque, si bien Pálido monstruo es una novela negra, el autor se encarga de entreverar detalles sobre lugares, sobre personajes secundarios o sobre hechos en apariencia nimios que contribuyen a retratar la ciudad. Suelen aparecer a modo de breve frases, o de escuetos párrafos que se acumulan hasta abonar la tesis de que existe un novela dentro de la novela, o –como diría Bolea–, un segundo nivel de lectura en el cual, Zaragoza, la propia urbe, sería la verdadera protagonista coral del relato. 

Según esta tesis los personajes y lugares serían como las teselas de un mosaico que representaría a la ciudad. ¿Y qué clase de dibujo forman esas teselas? No otro que el de la ambición. Los protagonistas de Bolea son eminentemente balzaquianos. Partiendo del alcalde Paternoy –un trasunto, muy libre, de Ramón Sáinz de Varanda–, y continuando con el periodista Luis Murillo o con los abogados Eloisa Ángel y David Sánchez. Todos ellos buscan el éxito, el renombre local. Y a cada embate de ambición, todo parece enturbiarse a pesar del brillo aparente, como los cielos nublados de la portada.

Aunque el escritor zaragozano no descuide en ningún momento el argumento criminal, resulta evidente ese gusto por recrearse en los personajes y en la ciudad más allá de la trama detectivesca. Prueba de ello es la aparición del asesinato en la página 140. Lo habitual en una novela negra al uso hubiera sido que sucediera en el primer tercio, antes de la página 70, y sin embargo Bolea se demora a propósito por el gusto de mostrarnos esas estampas de la vida zaragozana.

Pálido monstruo me ha parecido, en efecto, una novela de costumbres, que se asienta en esa descripción de tipos y de lugares, pero también en la política-ficción y el periodismo. Bolea no duda en citar expresamente al PSOE y al PP, o en hablar de El Periódico y de “El Comercial” –en alusión jocosa a Heraldo de Aragón–. Destaca, en este sentido, el personaje de Nipho, el murmurador, un Larra actual que va tomando el pulso a la realidad, como si se tratara del eco de la opinión pública. Para Nipho, al igual que para el ciudadano medio, la política no es más que un juego, una especie de duelo futbolístico para contemplar desde la grada.

Me ha parecido un acierto fusionar la narración tradicional, en primera o en tercera persona, con el artículo periodístico, el atestado policial o el informe forense. Esta mezcolanza de géneros ya la practicaba Eduardo Mendoza en La verdad sobre el caso Savolta y aquí contribuye a enriquecer, a dar variedad a un género tan abundado como la novela negra.

Recapitulando: Pálido monstruo es una novela policiaca, sí, pero sobre todo es una novela de costumbres, hija de la crisis económica y política que nos asola. A muchos sorprenderá su intempestivo final, habrá quien lo juzgue inverosímil. A mí, en cambio, me ha parecido brillante, porque más que la verosimilitud argumental, me da la impresión de que el autor busca una moraleja a la fábula que ha puesto en marcha. Así lo pienso mientras vuelvo a meter la novela en el hueco que dejé tres noches antes, entre Pálido fuego, de Nabokov y Paradiso, de Lezama Lima. Y en el silencio de la madrugada me da la impresión de oír la voz de Juan Bolea susurrarme al oído: Ten cuidado, amigo, porque en toda esta comedia humana, la realidad anida bajo las apariencias...  





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