viernes, 7 de junio de 2013

Don Quijote en la era de Google

(Sobre Restos humanos, de Jordi Soler, presentada por Ricardo Lladosa en la Feria del Libro de Zaragoza el 4 de junio)



Debo agradecer a Eva Cosculluela, de la librería Los Portadores de Sueños, el haberme descubierto a Jordi Soler. Restos humanos es una de las mejores novelas satíricas que he leído en años. No sólo por sus desternillantes páginas, también por su calidad literaria.

Al comienzo de la presentación pregunté al autor cuál había sido la primera idea que lo llevó a escribir la novela. Él no vaciló en responder algo que había imaginado… Se encontraba en El Corte Inglés y, de pronto, amanecía por allí un individuo con barba y largos cabellos, ataviado con túnica blanca y sandalias. Alzaba las manos y comenzaba a predicar una serie de ideas acerca del amor, la bondad, la honestidad, la rectitud… De inmediato era reducido y puesto de patitas en la calle por la seguridad del establecimiento.

Restos humanos es una novela acerca de la imposibilidad de hacer el bien en la era de Google, afirma Soler. Y ese parece ser el problema que padece el Santo, protagonista de la sátira. El Santo es una especie de Jesucristo Superstar, un predicador idéntico al imaginado por Soler que recorre mercadillos y prostíbulos de una innominada ciudad hispánica; predicando el bien y recibiendo a cambio chanzas e insultos, con la excepción de de unos pocos adeptos, como los pescaderos Jesús Andrés y Mayola, quienes le obsequian cada día con medio kilo de  calamares. El Santo trata de convencer a las prostitutas de que se dediquen a otros trabajos, pero ellas le contestan que así se ganan bien la vida, si trabajaran como dependientas cobrarían menos. También trata de mentalizar a los tenderos de que no vendan caros los alimentos: la gente humilde debe alimentarse, afirma, ante la adusta mirada de los tenderos.

El Santo vuelve al apartamento que ocupa –cuyo alquiler costea su hermano, jefe de gabinete del alcalde– y cocina los calamares con el fin de preparar el cuerpo para la predicación. El espíritu lo atemperará con la ayuda de una biblioteca compuesta por libros de yoga, de tarot, de ovnis… Tras leerlos se pone frente al espejo y gesticula con las manos. Está ensayando las prédicas que más tarde expondrá a sus discípulas: Alicia (lechera del mercadillo), y Ricardita (una mujer de 69 años cuyo marido salió hace años a comprar tabaco y nunca volvió).

Un buen día aparece en el templo del Santo un nuevo discípulo, se trata del camionero tuerto Childeberto, quien pide al Santo una obra de caridad: debe guardarle en su congelador un tupperware que contiene un ojo congelado. Deben transplantárselo a él, cuando llegue el momento. El Santo acepta compasivo, pero Childeberto amanece unos días más tarde con un riñón congelado destinado a un amigo suyo. Y así sucesivamente irá atestando el congelador con más y más tupperwares hasta presentarse, un buen día, con otro que contiene un pie femenino.

El Santo sera extravagante, pero cuerdo, y pronto entiende que su amado discípulo está complicado en el tráfico de órganos. Mas, como cuenta el narrador, piensa que sería un fracaso moral denunciarlo. Él predica el bien, y debe hacerle caer en la cuenta de sus errores. Confía en que el mal puede siempre vencerse a fuerza de bien. Pero pronto el mal lo ira cortejando, lo ira envolviendo… a través de su hermano, de Mayola y Jesús Andrés, del alcalde… Y hará su aparición la mafia rusa, la prostitución, los sicarios mejicanos.

Algunos comentaristas al reseñar la novela la han comparado con el esperpento de Valle Inclán. Yo no coincido con estas críticas. En mi opinión, al margen de épocas, escuelas o movimientos, los novelistas satíricos pueden clasificarse en dos grupos. Están, en primer lugar, aquellos que describen a los personajes burlescos desde fuera, autores que tienden a deshumanizar a sus criaturas convirtiéndolas en estampas de indudable valor estético o filosófico, pero de escaso valor narrativo. A este grupo pertenecerían Quevedo, Gracián, Rabelais, Valle Inclán, Francisco Umbral...

En segundo lugar encontramos a los autores que se meten en la psique de los personajes satíricos y tienden a humanizarlos, primando la narración frente a lo estético o filosófico. Tales son los casos, por ejemplo, del autor del Lazarillo, de Cervantes, de Fielding, de Twain, de Eduardo Mendoza...

Después de leer Restos humanos no me cabe duda de que Jordi Soler pertenece a la segunda tradición –mi preferida, debo aclarar–. El autor mejicano asume en esta novela el difícil reto de crear con el Santo a una especie de Don Quijote, porque al igual que el hidalgo manchego salía al campo a deshacer entuertos o socorrer doncellas, nuestro santo varón sale a la calle para rehabilitar prostitutas o promover la caridad entre los tenderos. Y del mismo modo que las caballerías de Don Quijote acaban en varapalos, las predicaciones del Santo terminan al grito pelado de: ¡Farsante!, ¡mariquita!, cuando no lo hacen con mangos maduros arrojados a sus barbas o criadillas de pollo sobre la túnica inmaculada.

La tesis que tú defiendes es la que defendió Tono Masoliver Rodenas en La Vanguardia –afirma Soler–, sin embargo yo no pensé deliberadamente en Cervantes mientras escribía, simplemente supongo que forma parte de nuestra cultura, que siempre está en nuestra mente… 

Otro gran acierto  de la novela es el de interponer entre el lector y el Santo la figura de un periodista-narrador con el encargo inicial de redactar un reportaje sobre el Santo, que más tarde se convertirá, por extensión, en la novela. En un brillante juego metaficcional, el periodista plantea al lector el proceso de construcción de una novela. Al principio va acumulando documentación: ve Simón del Desierto, de Luis Buñuel; Nostalgia, de Andrei Tarkovski; lee a un autor checo; repasa el esperpento de Valle. Y conforme escribe duda: ¿debe alargar su relato y ahondar en la figura del Santo?, ¿debe ceñirse a la realidad?, ¿debe terminar escribiendo una novela?  

Quizá el mayor logro del libro sea la caracterización del Santo. Como buen personaje satírico, se ve enfrentado a un mundo corrupto que supone la antítesis de sus ideas: ¿qué debe hacer?, ¿dejarse llevar por el mal, renunciar a su santidad? La narración va fluyendo, avanzando nuevas sorpresas a cada capítulo en una suerte de descenso a los infiernos. ¿Alcanzará el Santo la redención final...? Lean, por favor, esta novela. 

Son las nueve de la noche pasadas y continúo conversando con Jordi Soler… Los novelistas, en el fondo, somos como el Santo –sentencia el veracruzano–. Hacemos el gran esfuerzo de escribir novelas para plasmar un cierto conocimiento y, una vez escritas, apenas obtenemos beneficio por ello. Y tan amigablemente hablamos que mi colega Rafa Arnal –de la organización de la Feria– debe avisarnos de la salida del AVE de Jordi, que partirá en 25 minutos desde la estación Delicias con dirección a Barcelona. 

Y sucede en cuestión de segundos, como en las prédicas del Santo: la presentación se desmorona, todo se desmantela, salimos del edificio de Capitanía por distintas puertas, hacia el anochecer zaragozano. Y yo sigo pensando en las palabras de Jordi: ¿me pareceré también al Santo por escribir este blog?

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